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II. BUT A DEDICATION IS ONLY FELICITOUS IF PERFORMED BEFORE WITNESSES -

  • Foto del escritor: María de la Cruz
    María de la Cruz
  • 25 ago 2020
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 11 nov 2021



Sabes estuve casada hace años y cuando se fue mi marido se llevó mis cuadernos. Cuadernos de espiral. Sabes ese verbo frío retorcido escribir. A él le gustaba escribir, no le gustaba tener que empezar cada pensamiento por sí mismo. Usaba mis comienzos con varios propósitos, por ejemplo, en un bolsillo encontré una carta que él había comenzado (a su amante de aquel entonces) donde aparecía una frase que yo había copiado de Homero: ‘εντροπαλιζομένη’ es como Homero cuenta que Andrómaca fue caminando cuando se separó de Héctor : «echando a menudo la vista atrás» caminó bajando desde la torre de Troya y atravesó calles empedradas hasta la casa de su leal esposo y allí con sus mujeres entonó un lamento por un hombre vivo en su propio hogar. Leal a qué mi esposo. ¿Entonces por qué lo amé desde la primera juventud hasta la madurez tardía y la sentencia del divorcio vino por correo? Por su belleza. No es ningún secreto. No me avergüenza decir que lo amé por su belleza. Como volvería a amarlo si se acercase. La belleza convence. Sabes la belleza hace posible el sexo. La belleza hace del sexo sexo. Tú mejor que nadie lo sabes… Silencio, pasemos a situaciones naturales.

Otras especies, que no son venenosas, a menudo suelen tener patrones de color y estampados parecidos a los de especies venenosas. Esta imitación de una especie venenosa por otra inofensiva se llama mimetismo. Mi marido no era una criatura mimética. Dirás los juegos de guerra, sin duda. A menudo me quejé ante ti cuando se pasaban toda la noche con los tableros tirados con tapetes y lucecitas y cigarrillos como la tienda de Napoléon, supongo, ¿quién podía dormir? Después de todo mi marido era un hombre que sabía más sobre la batalla de Borodino que sobre el cuerpo de su propia mujer, mucho más! La tensión que se derramaba por las paredes y techo abajo a veces jugaban viernes noche mañana del lunes sin parar, él y sus amigos blancuchos y picados. Sudaban terriblemente. Se comían la carne de los países en los que jugaban. Los celos no conformaban precisamente una pequeña parte de mi relación con la batalla de Borodino.


Lo odio. Ah sí. Jugar toda la noche para qué. Es en tiempo real. Es un juego. Es un juego real. Eso es una cita. Ven aquí. No. Necesito tocarte. No. Sí.


Aquella noche hicimos el amor “de verdad”, cosa que no habíamos intentado aún a pesar de llevar seis meses casados. Un gran misterio. Nadie sabía dónde poner la pierna y a día de hoy dudo que lo hiciésemos bien. Él parecía feliz. Eres como Venecia dijo embriagador. Temprano al día siguiente escribí una ponencia breve (‘Sobre la defloración’) que él robó y publicó en una pequeña revista trimestral. Por encima de todo esa era una interacción característica entre nosotros. O debería decir ideal.

Ninguno de los dos había visto jamás Venecia.


 

Tango n. 2 from ‘The Beauty of the Husband. A Fictional Essay in 29 Tangos’ (2000), by Anne Carson.

Translated by María de la Cruz.



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